La Habana. Por Marcos Alfonso/AIN. | febrero 19, 2009
"La soberanía de un pueblo no se discute, se defiende con las armas en la mano". Con esta lapidaria frase Augusto Nicolás Calderón Sandino (1895-1934) daba respuesta al contralmirante D. F. Sallers, de la Marina de Estados Unidos, quien lo conminaba a abandonar la lucha. Corrían las postrimerías de 1928.
Frisaba con la adolescencia cuando sus ojos achinados contemplaron, en 1912, la primera intervención estadounidense en tierras nicaragüenses. Ese suceso, y su paso obligado por Honduras, Guatemala, México… le forjaron, sin proponérselo, su profunda estirpe antiimperialista.
Augusto César Sandino, como lo conoció su pueblo, nació en el poblado de Niquinohomo, en el Departamento de Masaya, Nicaragua. El General de Hombres Libres, como también le llamaron, pronto supo de traidores y vende patrias hasta que, cansado de infidelidades políticas de liberales y conservadores, decidió adentrarse en la lucha por el bienestar de su país.
La verdadera independencia de Nicaragua era su propósito y se alzó en lo que se conoce como Las Segovias (departamentos de Nueva Segovia, Madriz y Estelí).
En los primeros combates resultó derrotado. La lección fue bien aprendida y muy pronto adoptó las tácticas guerrilleras, las cuales le representaron numerosos triunfos al frente de la llamada Columna Segoviana, la que llegó a contar con cerca de 800 hombres de caballería.
Aquellos avances precipitaron la decisión del jefe del ejército liberal, José María Moncada, quien se acercó a los yanquis y suscribió lo que se conoce en la historia como Pacto del Espino Negro. Sandino se opuso y levantó su bandera roja y negra. El dos de septiembre de 1927 hizo público el Manifiesto que le dio vuelco a su lucha: de guerra civil a batalla contra invasores.
En las montañas del norte nicaragüense Augusto Nicolás llegó a tener más de seis mil efectivos en el denominado Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Hacia 1929, sus tropas infligieron sonada derrota a un batallón de marines norteamericanos con el empleo de machetes, muy temidos por los gringos.
Resultó campaña llena de heroísmo y de sacrificios, en la cual Sandino y sus hombres desplegaron valor y audacia. Entre aquellos combatientes militó por dos años y llegó a ser su ayudante el venezolano Carlos Aponte, quien muriera años después junto al cubano Antonio Guiteras en El Morrillo, en la costa norte de la Isla.
Entre los avatares por los conflictos internos en su país --liberales y conservadores-- preñados de traiciones y actos dignos de la más despreciable deslealtad patriótica, transcurrieron las primeras luchas del General de Hombres Libres. Luego, sobrevendría su accionar contra los marines de Estados Unidos, tras sucesivas intervenciones al suelo de la patria.
Sandino fue, sin duda, líder indiscutible de la resistencia de los nicaragüenses contra la ocupación de EE.UU. Tras la retirada de las tropas intervencionistas, resultó asesinado a traición, junto a su hermano, por miembros de la Guardia Nacional.
Aquel nefasto 21 de febrero de 1934, el mal llamado general Anastasio Somoza García, jefe del represivo cuerpo creado por los yanquis, cegaba la vida del valiente luchador. Para el proyecto político del futuro dictador de Nicaragua, Augusto César resultaba un escollo.
"La soberanía de un pueblo no se discute, se defiende con las armas en la mano". Con esta lapidaria frase Augusto Nicolás Calderón Sandino (1895-1934) daba respuesta al contralmirante D. F. Sallers, de la Marina de Estados Unidos, quien lo conminaba a abandonar la lucha. Corrían las postrimerías de 1928.
Frisaba con la adolescencia cuando sus ojos achinados contemplaron, en 1912, la primera intervención estadounidense en tierras nicaragüenses. Ese suceso, y su paso obligado por Honduras, Guatemala, México… le forjaron, sin proponérselo, su profunda estirpe antiimperialista.
Augusto César Sandino, como lo conoció su pueblo, nació en el poblado de Niquinohomo, en el Departamento de Masaya, Nicaragua. El General de Hombres Libres, como también le llamaron, pronto supo de traidores y vende patrias hasta que, cansado de infidelidades políticas de liberales y conservadores, decidió adentrarse en la lucha por el bienestar de su país.
La verdadera independencia de Nicaragua era su propósito y se alzó en lo que se conoce como Las Segovias (departamentos de Nueva Segovia, Madriz y Estelí).
En los primeros combates resultó derrotado. La lección fue bien aprendida y muy pronto adoptó las tácticas guerrilleras, las cuales le representaron numerosos triunfos al frente de la llamada Columna Segoviana, la que llegó a contar con cerca de 800 hombres de caballería.
Aquellos avances precipitaron la decisión del jefe del ejército liberal, José María Moncada, quien se acercó a los yanquis y suscribió lo que se conoce en la historia como Pacto del Espino Negro. Sandino se opuso y levantó su bandera roja y negra. El dos de septiembre de 1927 hizo público el Manifiesto que le dio vuelco a su lucha: de guerra civil a batalla contra invasores.
En las montañas del norte nicaragüense Augusto Nicolás llegó a tener más de seis mil efectivos en el denominado Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Hacia 1929, sus tropas infligieron sonada derrota a un batallón de marines norteamericanos con el empleo de machetes, muy temidos por los gringos.
Resultó campaña llena de heroísmo y de sacrificios, en la cual Sandino y sus hombres desplegaron valor y audacia. Entre aquellos combatientes militó por dos años y llegó a ser su ayudante el venezolano Carlos Aponte, quien muriera años después junto al cubano Antonio Guiteras en El Morrillo, en la costa norte de la Isla.
Entre los avatares por los conflictos internos en su país --liberales y conservadores-- preñados de traiciones y actos dignos de la más despreciable deslealtad patriótica, transcurrieron las primeras luchas del General de Hombres Libres. Luego, sobrevendría su accionar contra los marines de Estados Unidos, tras sucesivas intervenciones al suelo de la patria.
Sandino fue, sin duda, líder indiscutible de la resistencia de los nicaragüenses contra la ocupación de EE.UU. Tras la retirada de las tropas intervencionistas, resultó asesinado a traición, junto a su hermano, por miembros de la Guardia Nacional.
Aquel nefasto 21 de febrero de 1934, el mal llamado general Anastasio Somoza García, jefe del represivo cuerpo creado por los yanquis, cegaba la vida del valiente luchador. Para el proyecto político del futuro dictador de Nicaragua, Augusto César resultaba un escollo.
Colocado por Vatik
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